Ejecuciones públicas en Madrid

Este artículo fue escrito para la SEMANA NEGRA EN LA GLORIETA, el festival del género negro que dirigí entre 2016 y 2020, por Pablo Aguilera, miembro fundador de LA GATERA DE LA VILLA, una iniciativa sin ánimo de lucro que publica una revista gratuita sobre historia y urbanismo de Madrid.

En el otoño de 2022 se celebrará en MADRID la primera edición de un nuevo festival del género negro organizado por una prestigiosa institución cultural madriñela, dirigido por Pablo Aguilera y en el cual coordinaré un par de secciones.
 
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Un fuerte abrazo,

Javier Alonso García-Pozuelo


Diseño: Pedro López Carcelén

EJECUCIONES PÚBLICAS EN LA HISTORIA DE MADRID
Pablo Jesús Aguilera Concepción
A lo largo de la historia de Madrid han sido varios los emplazamientos elegidos por la justicia para aplicar de manera pública la ejecución de la pena de muerte y variados han sido también los suplicios y tormentos aplicados a los reos para expiar su culpa. Es intención de este escrito presentar estos lugares y describir, de manera somera, los diversos modos en los que se aplicaba la pena capital, así como el ceremonial con el que se la envolvía, un protocolo que, aunque con modificaciones, estuvo en vigor mientras perduraron las ejecuciones públicas.



LA PENA DE MUERTE, UN ESPECTÁCULO PÚBLICO

Convertir la ejecución de la pena de muerte en un acto público persigue el objetivo de que la contemplación del castigo actúe de manera ejemplarizante para prevenir delitos, disuadiendo a potenciales criminales y malhechores de llevar a cabo sus propósitos. Alfonso X escribía en sus Partidas «paladinamente debe seer fecha la justicia de aquellos que hobieron fecho por que deban morir, porque los otros que lo vieren et lo oyeren reciban ende miedo et escarmiento, diciendo el alcalle ó el pregonero ante las gentes los yerros porque los matan 1 […] devese cumplir de día concejeramente ante los omes, e non de noche e a furto»
2  y Nicolás Aymerich, quien fuera Inquisidor General de la Corona de Aragón a mediados del siglo XIV, se refería a la misma cuestión de forma similar: «Que presencie mucha gente el suplicio y los tormentos de los reos, para que el miedo les retrayga del delito»3. Por este motivo, el cadalso es colocado en plazas y espacios abiertos con gran tránsito, donde la pena pueda ser observada por un gran número de personas, y se publicita la ejecución, bien sea mediante pregones o mediante la prensa escrita, para lograr una mayor afluencia de público.
«A las doce de la mañana del 25 del corriente han de sufrir la pena ordinaria en horca con la calidad de arrastrados á que han sido condenados por el delito de alta traicion D. Pablo Iglesias y Antonio Santos, presos en la Real cárcel de Corte, en la que se hallará a las once y media de aquel día para auxiliar a los subalternos de la Real Sala en su conduccion un piquete de un subalterno, un sargento y 20 hombres del provincial de Lorca, cuyo comandante deberá verse á su llegada a ella con el señor gobernador de la Sala, por tuviese que hacerle alguna prevención: á la misma hora al frente de aquel punto otro de un sargento y 16 caballos del 5º Ligeros : en la Plazuela de la Cebada otro á la propia hora de dos capitanes, cuatro subalternos y 200 Granaderos de la misma Real Guardia, y otro de un capitan, un subalterno y 40 caballos del 5º Ligeros: el piquete del próvincial de Lorca que custodia los reos a la carrera dejará para la de sus cadaveres un sargento y ocho soldados, que permanecerán hasta que la Paz y la Caridad los haya recogido»4.

Este tipo de acontecimientos atraían a una multitud de toda condición y clase social; si la causa de la ejecución había tenido fuera de Madrid, pero en un lugar próximo, era habitual que los vecinos de dicha localidad se acercaran a presenciar la ejecución. Madrileños y foráneos se aglomeraban para presenciar el suplicio como si de un espectáculo más se tratara, en medio de un ambiente propio de romerías y verbenas, en el que incluso vendedores de comida y bebidas ofertaban sus productos entre el público.
«Nadie podrá formarse una idea de la inmensa muchedumbre que se agitaba, estrujaba y revolvía desde la puerta de la cárcel hasta el lugar donde estaba puesto el cadalso. Las calles, balcones, ventanas, buhardillas y hasta tejados de las casas no podían contener a tantas gentes ansiosas de presenciar aquel horrible y sangriento espectáculo, que en lugar de imponer y contristar el ánimo, parecía, al oír los gritos, las blasfemias, las carcajadas y chanzonetas picantes de la muchedumbre, que iban a presenciar una fiesta.5»

Habrá que esperar a la llegada de la Primera República para que se dicten ordenanzas contra estos usos y costumbres, alejados de nuestra moral, pero comunes en  aquellos tiempos.

«Ante todo cuidará VSI de disponer que la ejecucion se lleve á efecto en el punto más próximo posible al que ocupe el reo en capilla.

En segundo lugar reclamará la intervencion de la Autoridad civil á fin de que por todos los medios que estén á su alcance impida que el sitio de la ejecucion ni en el trayecto que haya de recorrer el reo se dispongan puestos de bebidas ó de comestibles, ni circulen los vendedores de unos y otros efectos, procurando evitar por estos medios y por lo demás que le sugiera su prudencia que infundan en la muchedumbre que concurre á estos actos sentimientos ajenos á la dignidad de un pueblo culto, contrarios á la majestad de la justicia é incompatibles con el recogimiento y el respeto que debe inspirar el espectáculo de la muerte.

Sírvase VSI comunicar estas instrucciones á los Jueces de primera instancia á quienes fuera cometido ó correspondiera el cumplimiento de las sentencias capitales.6»

Otro aspecto que hoy nos pueda chocar es la presencia de niños en los ajusticiamientos públicos. Algunos eran llevados por sus propios padres, que, movidos por una intención moralizante, solían propinar una sonora bofetada a sus hijos mientras el verdugo daba cumplimiento a la sentencia, acompañando al sopapo con una exhortación a llevar una vida recta y honesta, para no acabar sus días en un cadalso, como el desgraciado de cuya muerte eran testigos.

«Este solemne silencio, que se ha producido durante un buen rato es de pronto roto por el llanto y gritos de dolor de los niños, que sus padres los han llevado para que presencien este «espectáculo»; y sus padres, en el momento crítico de la ejecución, les han propinado unos bofetones y azotes «para que quedara grabada en sus memorias infantiles, y para siempre, lo que acababan de ver, y les sirviera de ejemplo y escarmiento7».
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1. Partida VII, título XXXI, ley XI. Las Siete Partidas del rey don Alfonso el Sabio.
2. Partida III, título XXXXVII, ley V. Las Siete Partidas del rey don Alfonso el Sabio.
3. «Manual de inquisidores, para uso de las inquisiciones de España y Portugal», de Nicolás Aymerich.
4. “Diario de Madrid”, 24 de agosto de 1825.
5. “Leyendas y misterios de Madrid”, de José María de Mena.
6. Gracia y Justicia. Circular de 9 de febrero de 1874 dictando instrucciones para procurar el mayor recogimiento en las ejecuciones de pena capital.
7. «Así Fueron-- Los Más Famosos Bandoleros», de Juan José Alvear Cabrera, Rafael Cabello Castejón.

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EJECUCIONES PÚBLICAS EN LA HISTORIA DE MADRID (II parte)
Pablo Jesús Aguilera Concepción
Métodos de ejecución

«Es una máxima cierta y muy conforme al fin de las penas que deben preferirse siempre aquellas que, causando horror bastante para infundir escarmiento en los que las ven executar, sean lo menos crueles que fuese posible en la persona del que las sufre, porque el fin de las penas, como se ha dicho, no es atormentar, sino corregir. Por esta razón creo que entre las penas capitales, cuando sea necesario imponerlas, deben preferirse con exclusión de las demás las que actualmente se usan entre nosotros, quales son el garrote, la horca y el arcabuceo por los soldados, en las quales concurren las circunstancias expresadas»8.

DEGÜELLO
 

«Al paciente, atado, tendido, el verdugo le pasa un ancho cuchillo por debajo de la barba, sin acabar de separar la cabeza del cuerpo; después, él y su criado, acomodados con delantales blancos, hacen cuartos del degollado para poner los miembros por los caminos, con objeto de dar miedo y ejemplo a los demás».

Las causas de la muerte por degüello dependen del tipo de corte producido, pero en general se deben a hemorragia masiva, embolia gaseosa y asfixia por aspiración de sangre a los pulmones.

«Su serenidad y valor admiraron a todos. Subió al cadalso y miró en torno con tal tranquilidad que, al decir de los que presenciaron el hecho, no parecía sino que fuese espectador y no reo. Subió el primero acompañado por los PP. Castro, Castilla y Esparza y se sentó en una silla de mano. Luego subió Silva con los PP. Pimentel, Zapata y Celada. Con "bizarro desenfado" y "sin mostrar flaqueza alguna" se acomodó D. Carlos en dicha silla, que era la izquierda, se quitó el capuz, besó la cruz, se reconcilió y pidió las oraciones de los fieles. El verdugo le vendó los ojos, le ató pies y manos, quitóle la valona, y dicho el Credo por los religiosos le degolló por delante y luego le cortó la cabeza por detrás; pero siendo quizá novato lo hizo inhábilmente, y para separar la cabeza tuvo que dar hasta veinte golpes; luego colocó la cabeza a los pies de la víctima»9

Esta pena estaba reservada exclusivamente a nobles e hidalgos, quienes sólo   podían ser ejecutados de esta forma; por tanto, en una sociedad donde se tenía en muy alta estima el honor, para un miembro de estas clases sociales ser ahorcado resultaba en sí un castigo incluso peor que la propia muerte, una deshonra para él y su familia.

«Sin duda la infamia era el peor castigo que se podía imaginar en aquellos tiempos. En los tribunales penales ordinarios, los castigos que conllevaban la vergüenza pública o el ridículo eran más temidos que la propia sentencia de muerte, pues arruinaban la propia reputación en la comunidad para siempre, atrayendo el oprobio sobre la familia y demás parientes»10.
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8. “Discurso sobre las penas contraído a las leyes criminales de España para facilitar su reforma”, de Manuel de Lardizábal. Citado en “La pena de garrote durante la Guerra de la Independencia: los decretos de José Bonaparte y de las Cortes de Cádiz”, por José María Puyol.
9. "La conspiración del duque de Híjar (1648)", de Ramón Ezquerra Abadía.
10. "La Inquisición española: una revisión histórica", por Henry Kamen.
 

HORCA
 

«En la pena de horca [...] ofendía el ver á un racional confundido con una bestia feroz, y repugnaba el contemplarlo en situación tal, que con sus convulsiones, y gestos horribles revelaba la larga serie de sus padecimientos y los puntos de vida que perdia entre la desesperación y la muerte. Por otra parte la turbación del verdugo, la dimensión de la cuerda, la estructura y configuración del delincuente ¿no eran otros tantos azares que se ponian en juego para dilatar espantosamente la ejecución , ó acaso también para salvar la vida del culpado?»11

Habitualmente la muerte en la horca no solía producirse de manera instantánea -por lesión vertebral-, sino que la víctima perecía por asfixia en medio de una dolorosa agonía que podía prolongarse hasta alcanzar los veinte minutos. La manera que tenía el verdugo de acortar tal sufrimiento era tirar de los pies del ahorcado o incluso subirse a sus hombros, buscando con su peso fracturar el cuello del reo o acelerar, al menos, el estrangulamiento.

«[…] el verdugo, que permanecía sentado en las espaldas del reo, hizo un movimiento como el de una báscula y apoyando sus piés en las manos atadas de la víctima, se lanzó con ella en el espacio […] El ejecutor y el ahorcado se balancearon en el aire por espacio de tres ó cuatro minutos.»12   

También podía ocurrir que si la altura desde la que caía el reo era demasiado alta la fuerza de la caída lo decapitara, o que la cuerda se rompiera, hecho que de repetirse podría suponer el perdón al condenado, al ver las autoridades en ello un designio salvador de la Providencia.
«[…] si al tiempo que el Reo es ahorcado y colgado , cae en tierra sano , y se quiebra la soga, en caso de que no hay fraude , ni descuido se ha de suspender la execucion hasta consultarlo con el Principe , por atribuirse a milagro13
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9. “Misterios de la Inquisición de España”, por M. V. de Féréal.
10. “Ilustración y continuación a la Curia filípica: dividido en las mismas cinco partes”, por José Manuel Domínguez Vicente.
11. “Cartas españolas”. 28 de junio de 1832.
12. “Misterios de la Inquisicion de España”, por M. V. de Féréal
13. “Ilustración y continuación a la Curia filípica: dividido en las mismas cinco partes”, por José Manuel Domínguez Vicente.“Misterios de la Inquisición de España”, por M. V. de Féréal. 
 
GARROTE

En un principio consistía en un torniquete de cuerda que era aplicado mediante un palo, lo que provocaba la muerte por estrangulamiento. Más adelante la cuerda sería sustituida por un collarín de hierro asido a un tornillo, lo que aceleraba la muerte al provocar la ruptura de la tráquea y de las vértebras cervicales.
«Y el garrote ¿qué clase de instrumento es? —Consiste en un palo con una especie de corbatin de hierro que se ajusta á la garganta del paciente, y á merced de un torno á que da vueltas el verdugo, se le oprime hasta desnucar al infeliz sentenciado. — Debe ser uno de los suplicios ménos penosos. — Creyéndole tal, se ha adoptado en España14 

Más adelante se incluyó una pieza metálica trasera al collar, lo que facilitaba la ruptura del cuello de la víctima. Un verdugo experto podía ejecutar al reo con este sistema en apenas diez segundos.

La pragmática del 23 de febrero de 1734 dispuso la sustitución de la pena de muerte por degüello por la muerte por garrote, aplicándose por tanto únicamente a los condenados de condición noble o hidalga.
 

Durante el reinado de José I se abolió la muerte de horca por Real Decreto, sustituyéndola por la de garrote «para todo reo de muerte, sin distinción alguna de clase, estado calidad, sexo ni delito», buscando «simplificar el suplicio y abreviar la muerte del reo15

Las Cortes de Cádiz obraron de igual manera y decretaron el 24 de enero de 1812: «Que desde ahora quede abolida la pena de horca, substituyéndose la de garrote para los reos que sean condenados a muerte»
 


Pero el retorno de Fernando VII, el Deseado, a España supuso también la vuelta a la pena de muerte por horca.

En 1822 –en pleno Trienio Liberal- el Código Penal volvió a suprimir el castigo de la horca, reemplazándolo una vez más por el de garrote, pero, tras la caída de los liberales en 1823, Fernando VII recuperó la horca.

Finalmente, el 24 de abril de 1832, el propio Fernando VII dictaba un decreto por el cual se implantaba oficialmente el garrote sin efectuar distingo entre nobles y plebeyos:

«Deseando conciliar el último e inevitable rigor de la justicia con la humanidad y la decencia en la ejecución de la pena capital, y que el suplicio en que los reos expían sus delitos no les irrogue infamia cuando por ellos no la mereciesen, he querido señalar con este beneficio la gran memoria del feliz cumpleaños de la Reina mi muy amada esposa, y vengo a abolir para siempre en todos mis dominios la pena de muerte por horca; mandando que en adelante se ejecute en garrote ordinario la que se imponga a personas de estado llano; en garrote vil la que castigue delitos infamantes sin distinción de clase; y que subsista, según las leyes vigentes, el garrote noble para los que correspondan a la de hijosdalgo.»

La diferencia existente entre los tres tipos de garrote que menciona el decreto estriba en la forma en que el reo es conducido al patíbulo. En el garrote noble el condenado es trasladado en caballo ensillado, en el ordinario lo hace sobre un caballo o una mula y en el vil va montado en un burro de espaldas, mirando hacia la grupa. 



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14. “Eco De Madrid, Ó Sea Curso Práctico De La Buena Conversación Española”, por Juan Eugenio Hartzenbusch.
15. Real decreto de 19 de octubre de 1809.



HOGUERA
 

«Este espectáculo penetra de terror á los asistentes, presentándoles la tremenda imagen del juicio final, y dejando en los pechos un afecto saludable, el cual produce portentosos efectos […] Antes de quemarlos se tomará la precaución de sacarles la lengua, ó ponerles una mordaza, para que con sus blasfemias no escandalicen á los circunstantes.»16

Fuente: abc.es

Los condenados a la pira solían perecer por asfixia, intoxicados por el monóxido de carbono, fruto de la combustión de los leños. Si se deseaba prolongar su suplicio se utilizaba leña verde, que ardía más lentamente; de esta manera la víctima sufría quemaduras, pérdida de sangre y fluidos hasta que el intenso calor les acababa produciendo un choque hipovolémico y asfixia. Tan espantoso suplicio estaba destinado a castigo de herejes, homosexuales –pecado nefando- y reos acusados de bestialismo. Aun cuando la condena hubiera sido dictada por la Inquisición, su ejecución corría a cargo de la justicia civil; esta entrega del reo al brazo secular se denominaba relajar.
«Debemos de relajar y relajamos a persona del dicho fulano á la justicia y brazo seglar, especialmente á fulano, corregidor de esta ciudad y su lugar teniente en dicho oficio . A los cuales rogamos y encargamos mui afectuosamente, como de derecho mejor podemos, se hayan benigna y piadosamente con él.»17   

Contra lo que se pueda pensar, y con la excepción del gran Auto de Fe de 1680, en el que se condenó a la hoguera a veintiuna personas, no era este un castigo habitual. Así por ejemplo, entre 1692 y 1765 únicamente se aplicó esta pena a diez reos y sólo tras ser previamente ejecutados en la horca o el garrote:

«1692 Dia 11 de Noviembre - Juan Sarmiento, mulato; garrote y quemado: se recogieron de limosna 1.233 reales. Salió de la cárcel de Córte.
1702 Pedro Lúcas de la Cruz Aranguren, quemado: salió de la cárcel de la Villa. 1.134 reales recogidos de limosna
1712 Miguel Lopez, de la cárcel de Villa; garrote y quemado: 1.193 reales de limosna.
1728 Bernardo Fernandez de los Rojos, de la cárcel de Córte; garrote y quemado: limosna 2.516 reales.
1740 Salvador Martinez y José Fernandez; horca y quemados: otro complice ahorcado: 2.714 reales de limosna.
En el mismo año y dia 20 de Junio - José Salvador; horca y quemado: limosna 1.634 reales.
1753 Juan Fernandez; garrote y quemado: limosna, 2.470 reales
1754 José Hernan; garrote y quemado: limosna l.754 reales
1765 Dia 15 de Julio - Tomás Baquero; salió de la cárcel de Villa; fué agarrotado y quemado: se recogieron de limosna 2.132 reales
18

En caso de herejía, y una vez amarrado al poste, se ofrecía al reo una última oportunidad para abjurar de sus heréticas ideas, en cuyo caso, como medida de gracia, era estrangulado antes de ser pasto de las llamas.

«Sobre los cuatro postes que se alzaban aun en este tristísimo lugar há pocos años, los inquisidores habían hecho levantar un estenso tablado, donde se podía ver una linea de círculos, por cada uno de los cuales salía un elevado madero para atar los reos, los unos para sufrir previamente la pena de garrote, los otros para que presenciaran este espectáculo, y todos para ser quemarlos.
Debajo de los maderos había colocada gran cantidad de leña impregnada de sustancias bituminosas, y vivazmente inflamables.
A este tablado se subia por una ancha escalera.
Los reos llegaron pues al brasero, que estaba coronado de soldados de la fé en guarda de la cruz blanca, y aquellos, después de descabalgar, ascendieron con los religiosos y los ejecutores […]
La multitud se colocó en círculo alrededor del tablado.
Los reos fueron atados á los maderos, el verdugo comenzó su oficio, y con la lentitud propia de estos terribles espectáculos, viéronse al fin inertes sobre el pecho las cabezas de los siete confesos.
Entre tanto los pertinaces, atados á los maderos, hacían gala de un estoicismo digno de mejor causa, despreciando las exhortaciones de los religiosos que los rodeaban.
Un silencio de muerte habia sucedido al fin á tanto movimiento,y ante esos siete cadáveres, el espanto se habia apoderado rápidamente de todos los corazones […]
Era en estos momentos cuando el verdugo habia acabado con los confesos.
Entonces los confesores redoblaron sus esfuerzos cerca de los pertinaces, y el pavor tendió sus frías alas sobre la callada muchedumbre.
Los verdugos descendieron del cadalso, y encendieron sus fúnebres antorchas; aplicáronlas á la preparada leña, y al punto brilló la llama en el cadalso, voraz y rugiente […]
Entonces brilló la llama sobre el cadalso.[…]
La hoguera habíase apoderado al fin de los reos.
La muchedumbre violos primero retorcerse inútilmente ante el calor dé la-cercana llama, después, al prender en sus pintarrajeados sudarios, los envolvió del todo; pero al consumirse los sambenitos y los capotillos, quedaron ante la multitud tres objetos informes y sangrientos, que lanzaban horribles imprecaciones y gritos envueltos en oleadas de sangre!...
Ante espectáculo tan horrible, nadie paraba su atención en los cadáveres de los confesos, que ardian lentamente, ni en las estatuas, que habia ya consumido el incendio.
Los frailes, que descendieran antes del brasero, entonaron el salmo exurge Domine...
Dobláronse los maderos quemados por el fuego, ó este acabó con las ligaduras, y los reos cayeron entre las ascuas de la inmensa hoguera.
Incendióse al fin todo el tablado, y el cadalso no fué ya mas que un cráter hirviente...
Los frailes seguían en tanto sus fúnebres cantares...
Lentamente cesó al fin la luz de la hoguera.
Aproximáronse los verdugos armados de garfios de hierro, y aventaron las cenizas.»
19
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16. Nicolás Aymerich, Op. Cit.
17. Fórmula del entrego de los reos a la justicia seglar, libro de orden de procesar en la Inquisición, folio 31. Citado en “Relación histórica del auto general de fe que se celebró en Madrid este año de 1680”, por Iosep del Olmo.
18. “Memoria histórica de la archicofradía de la Paz y Caridad” (1868), citada en ”Anales de la guerra civil: España desde 1868 a 1876”,  por Melchor Pardo.

19.“Joraique. La rebelión de los moriscos”, publicado en “La Ilustración”, 8 de mayo 1852

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EJECUCIONES PÚBLICAS EN LA HISTORIA DE MADRID (III parte)
Pablo Jesús Aguilera Concepción
Camino al cadalso

Como parte del ritual que conllevaba la aplicación de la pena de muerte figuraba el de obligar a los reos a vestir un determinado atuendo conforme al tipo de muerte que debía sufrir y al delito cometido.

«Era la hopa negra en las ejecuciones de garrote, y blanca con birrete azul en las de horca, pagando éstas la Caridad y Paz y obsequiando con las otras a los condenados y el cabildo y Ayuntamiento de Madrid.»20
«Enseguida, la cofradía vulgarmente dicha de la Paz y Caridad recibe al reo, que vestido de una túnica y un bonete amarillos»21
«[…] el condenado a muerte por traidor llevará atadas las manos a la espalda, descubierta y sin cabello la cabeza y una soga de esparto al cuello. El asesino llevará túnica blanca con soga de esparto al cuello. El parricida llevará igual túnica que el asesino, descubierta y sin cabellos la cabeza, atadas las manos a la espalda y con una cadena de hierro al cuello, llevando un extremo de ésta el ejecutor de la justicia, que deberá preceder cabalgando en una mula. Los reos sacerdotes que no hubieran sido previamente degradados llevarán siempre cubierta la corona con un gorro negro.»22

En su último viaje acompaña al reo una variopinta procesión en la que forman frailes, hermanos de cofradías dedicadas a la asistencia y consuelo de los condenados, autoridades civiles y miembros de las fuerzas encargadas de mantener el orden. La muchedumbre se apiña a su paso por las calles y observa desde sus casas su lenta marcha.

«Un pueblo entero obstruye ya las calles del tránsito. Las ventanas y balcones están coronados de espectadores sin fin, que se pisan, se apiñan, y se agrupan para devorar con la vista el último dolor del hombre»23

El paisaje sonoro que envuelve a la lúgubre comitiva lo conforman los gritos de la multitud, el rezo monótono de los frailes que prestan auxilio espiritual al condenado, el repique de la campanilla que un limosnero agita pidiendo “por el alma del que van a ajusticiar” y la voz del pregonero que, de tanto en tanto, proclama el nombre del delincuente, su causa y la pena impuesta.

«Al salir el reo de la cárcel, al llegar al cadalso, y a cada doscientos o trescientos pasos en el camino, publicará en alta voz el pregonero público el nombre del delincuente, el delito por el que se le hubiere condenado y la pena que se le hubiere impuesto.»24

Garrote Vil
- Ramon Casas -
(1894)
Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía

No siempre se seguía la ruta más corta al cadalso, si no que el condenado en ocasiones era paseado por la ciudad a modo de escarnio. Expresiones recogidas en las sentencias como “[…] Manda que con soga al cuello y pregón sea llevado por las calles públicas […]”, “[…] y puesto sobre una bestia de enjalma y llevado por las calles públicas de esta ciudad con voz de pregonero que diga su delito […]”, “[…] condeno a que sea llevado por las calles públicas de esta ciudad, caballero en una bestia de albarda y con voz de pregonero que manifieste su delito, sea llevado al […]” reflejan esta práctica cruel.

Cuando el patíbulo distaba de la cárcel el reo no marchaba andando, sino que lo hacía montado en alguna caballería, que según fuera su estatus social, podía tratarse de un caballo o de un borrico. En el caso de que el ejecutado perteneciera a alguna familia importante o de recio abolengo solía adornarse el cadalso.

«Eran conducidos los reos al patíbulo en otro tiempo en caballerias; para lo cual embargaba el verdugo con frecuencia, cuantas hallaba, especulando con su rescate25: los villanos en burro, los nobles é hidalgos en mula con gualdrapa de bayeta negra, teniendo éstos el privilegio de [...] que se enlutase el cadalso y se expusiese el cadáver con blandones, si los parientes lo solicitaban; estos honores patibularios se estimaban mucho por las familias y poco por los reos.»26

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20. “El Liberal”, 13 de abril 1885. 
21. “Un reo de muerte”, de Mariano José de Larra. 
22. Código Penal de 1822, Artículo 40. 
23. Mariano Larra, Op. Cit.
24. Código Penal de 1822, Artículo 42. 
25. “Muchos de estos asnos que sirvieron á un ahorcado trajeron segun el vulgo muchísimas desgracias á sus dueños.  Algunas doncellas no se casaban porque alguien de su familia habia comprado estos asnos. Tales inconvenientes dieron ocasiona que se promulgara una ley por la que se ordenaba el cortar las orejas todos los asnos de que se habia servido el verdugo, quedando por cuenta del Estado la manutencion de los mismos” (“Misterios de la Inquisicion de España, por M. V. de Féréal”). 
26. “El Liberal”, 13 de abril 1885.

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EJECUCIONES PÚBLICAS EN LA HISTORIA DE MADRID (IV parte)
Pablo Jesús Aguilera Concepción
Auto de fe

En el caso de los condenados por el Tribunal de la Inquisición toda esta parafernalia, esta teatralización de la muerte, cobraba una mayor vistosidad.

Todo comenzaba desde unos días antes a la celebración del auto, cuando se leía por plazas y calles una proclama en la que se invitaba a la población a asistir a dicho juicio. La víspera de la celebración del auto de fe tenía lugar la solemne procesión de la Cruz Verde y de la Cruz Blanca.


«El dia antes del auto se sacaba en procesion una cruz verde, para que, colocada en el altar del teatro, estuviese alentando á los reos para esperar la divina misericordia. Mas porque los que abusan de la divina clemencia quedan espuestos á la indignacion de la justicia armada en venganza de la fé, atendiendo á que esta virtud se representa en la blancura, se sacaba tambien una cruz blanca para que, colocada en el lugar del suplicio delante de la hoguera, se manifestase la causa porque morian los culpados […]

Con este órden pasó la procesion por la plazuela de la Encarnacion , calle del Tesoro á la plaza de Palacio […] Siguió por la plazuela de Santa María á la de la Villa, y por la calle Mayor, entrando por la de los Boteros á la plaza del teatro, donde se colocó la cruz verde, fijando el estandarte al lado de la epístola en un pedestal. Cantó la capilla, y dicha la bendicion de la cruz se disolvió parte de la procesión, quedando para velar la cruz en el tablado aquella noche la comunidad de dominicos, que á su hora acostumbrada cantaron los maitines, y de media noche abajo celebraron misas hasta las seis de la mañana.

La segunda parte de la procesion se dirigió á la plazuela de Santo Domingo,  calle y puerta de Fuencarral hasta el quemadero, que estaba á la izquierda inmediato al camino, distante como trescientos pasos de la puerta. Allí fijaron la cruz blanca en un pedestal de tres pies y medio de alto en medio del frente del brasero á la parte del Norte […] Acabada esta ceremonia á las diez de la noche se quedó en custodia de la cruz un trozo de la compañía y los demas se volvieron á sus casas […]aparato se habia preparado.
»
27
Por la noche se comunicaba la sentencia a los reos, custodiados en la cárcel, y se terminaban de cerrar «las calles que desembocaban en aquellas por donde habia de pasar la procesion y el dia del auto al amanecer estaban ya cortadas con tablados y en ellos muchos nichos donde se pudiese acomodar la gente para ver»28.

La jornada del auto de fe comenzaba temprano, iniciándose el acto con un sermón para posteriormente pasar a leer las sentencias. Aquellas que eran de muerte se cumplían inmediatamente a la finalización del auto.
«A las siete de mañana empezaron á salir los soldados de fé; despues de ellos la cruz de la parroquia de San Martin, vestida con velo negro; doce sacerdotes con sobrepellices, y fueron saliendo ciento veinte reos cada uno de ellos con dos ministros al lado […]

Habiendo salido la procesion de los reos desde las cárceles del tribunal de corte, pasó por la casa del inquisidor general; y bajando por la calle que está en frente (hoy con el nombre de las Rejas) prosiguió volviendo á la derecha á la plazuela de la Encarnacion. Desde esta fué derechamente por lo alto de los caños del Peral y salió á la plazuela de Santa Catalina de los Donados. De allí por el camino mas breve pasó á San Martin, y á la plazuela de las Descalzas Reales, siguiendo toda la acera de la fachada hasta el pasadizo; volvió á la derecha y habiendo andado toda la plazuela bajó por la calle que va á San Ginés; (la de San Martin) y prosiguiendo por la de Bordadores entró en la calle Mayor, continuando sobre la izquierda para entrar, por la de los Boteros en la Plaza Mayor […]

A cosa de las cuatro de la tarde se acabaron de leer las sentencias de los relajados, y en el acto les hicieron dirijirse por la escalera que habían subido,  bajando á la plaza: allí fueron entregados por el secretario de la Inquisicion de Sicilia al corregidor, sus tenientes y mayor del Ayuntamiento, los cuales mandándoles montar en la forma ordinaria, los hicieron poner en hilera, yendo delante las estátuas y detras los personalmente condenados. Con este órden los bajaron por la calle de los Boteros (que ahora lleva el nombre de Felipe III) y volviendo á la izquierda por la calle Mayor, salieron por la de Bordadores á la plazuela de las Descalzas; de allí por el camino mas corto pasaron á la de Santo Domingo y tomaron vía recta por la calle de San Bernardo y puerta de Fuencarral, hasta llegar al quemadero. Delante de esta procesion iba una gran fuerza de los soldados de la fé, y detras de los reos y de los ministros de la justicia seglar, el secretario de la Inquisicion para dar testimonio de como se habian ejecutado las sentencias en todo conforme á lo mandado.
»
29
Auto de Fe en la Plaza Mayor de Madrid
-Francisco Rizi (1683)-
Museo del Prado

En cuanto a la vestimenta, los condenados por la Santa Inquisición vestían una especie de túnica conocida como sambenito.

«Casi todos los acusados vestían la vestidura penitencial que el Santo Oficio imponía a sus condenados, el sambenito, una especie de hopa o poncho a modo de túnica o sotana cerrada, remedo del revestimiento del sacerdote para celebrar la sagrada misa o del juez para dictar sentencia, que tomó el nombre de sambenito por el de saco bendito. Otros decían que el sambenito era una simplificación del hábito de los monjes de San Benito que antiguamente recibían a los acusados en sus conventos. En cualquier caso, el escapulario de lienzo o paño amarillo, que les llegaba hasta las rodillas, tenía pintadas sobre el pecho y la espalda una o varias cruces transversales o de San Andrés. Eso porque a veces, cuando ponían la cruz recta en señal de reconciliación, algunos pecadores contumaces volvían a sus antiguos errores, se desnudaban públicamente y arrojaban el sambenito al suelo para pisotear la sagrada imagen. Los inquisidores interpretaban la cruz oblicua como una representación de la desviación en que habían caído los acusados. Debajo de las cruces habían pintado imágenes en la tela del sambenito. Cuando el reo debía ser relajado o castigado por penitente, pintaban su figura ardiendo en llamas, entre dragones y demonios; cuando iba a ser reconciliado o suelto, llevaba las mismas llamas, pero sin su retrato. Se había salvado del infierno, pero no del oprobio. El trayecto desde la ciudad hasta el lugar de ejecución era realizado de la siguiente forma: el reo, para mayor mofa y escarnio, era conducido a la horca metido en un serón de esparto tirado por un burro, o bien montado en el mismo, pero mirando hacia la grupa. Durante todo el camino, el populacho le dedicaba todo tipo de humillaciones y insultos para darle a entender que estaban todos muy contentos de que el criminal se largarse de este mundo de la peor forma posible como pago por sus delitos.»30

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27. “Anales de la inquisición desde que fué instituido aquel tribunal hasta su total extinción el año 1834”, de Genaro del Valle. 
28. Genaro del Valle, Op. Cit. 
29. El proceso descrito es el del Auto de Fé del 30 de junio de 1680. 
30. “Tres nombres para Catalina, la doña de campofrío”, por Gustavo Frías.
 
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EJECUCIONES PÚBLICAS EN LA HISTORIA DE MADRID (V parte)
Pablo Jesús Aguilera Concepción
El entierro

[…] despues de ejecutada la justicia, gritaba el pregonero: «Ninguna persona, de cualquiera calidad que sea, sea osada de quitar al reo del suplico, pena de la mísma pena, hasta que al toque de oración vengan los hermanos de la Paz y Caridad á bajarle para darle tierra sagrada.» «Al llegar esta hora se hacia el entierro con gran solemnidad […]  hubo ocasiones de acompañar el cadáver nuevecientas personas que llevaban hachas encendidas.31
No se enterraba a los ejecutados en un mismo lugar, sino que, una vez, más se establecían diferencias. Así, era costumbre dar sepultura en el cementerio de San Ginés a los ahorcados en la Plaza Mayor, a los degollados en el de la Santa Cruz y en el de San Miguel de los Octoes a los agarrotados.

Podía darse el caso de que las vejaciones al condenado no acabaran con su muerte y que la pena dictada incluyera que el cadáver del ejecutado fuera descuartizado y sus restos expuestos en diferentes puntos de la ciudad y caminos de los alrededores, despojos que más tarde eran recogidos y enterrados en Convento de la Nuestra Señora de la Victoria. Esta tétrica práctica duró hasta bien entrado el siglo XIX.

Esta es la justicia que ha mandado hacer el rey nuestro señor y en su nombre los señores alcaldes de su casa y corte que a este hombre por ladron cuatrero se le quitase la vida en la horca de la plaza mayor de madrid y que despues fuese descuartizado y puesto los cuartos en los dichos cuatro caminos reales y la cabeza: y que ninguna persona fuese osado a quitar dicho cuarto ni los demás que se hubiesen de poner en los demas parajes hasta que los hermanos de la caridad y paz lo ejecuten para darlos sepultura en sitio sagrado el viernes de lazaro  del año que viene de mil setecientos y cuarenta y dos, pena de la misma pena. 33
Cuando en el año 1708 los cirujanos de la reina pidieron que se les cediesen «uno o dos cuerpos de los ajusticiados; de los que no fueren descuartizados para llevarlos al Hospital General para hacer "anatomía"», recibieron una respuesta que de manera concisa resume muy bien el camino que seguían los restos de los reos ejecutados: «no hay ejemplar de cadáver que haya muerto ajusticiado del que se haya hecho jamás anatomía, porque después que se les quita el suplicio, si son mandados descuartizar, se llevan por la justicia y por el ejecutor de ella al campo, donde se descuartizan y se ponen en alfarjias altas en los caminos de las entradas del contorno de Madrid, donde están colgados hasta el viernes de Lázaro de cada año, que la Hermandad de la Caridad, con licencia que se le da para ello, va y los recoge y los traen a dar sepultura al Convento de la Victoria.»34
Convento de Nuestra Señora de la Victoria,
a la derecha de la Iglesia del Buen Suceso,
en la obra "La Puerta del Sol en Madrid"
de Luis Paret y Alcázar (1773)

Con motivo de festividades o cuando se consideraba que tales restos habían estado expuestos un tiempo prudencial respecto al plazo establecido por la ley, se solicitaba su retirada. Imaginemos el impacto que tenía que suponer entre los viandantes la visión de una cabeza cercenada a medio descomponer o de una parte del cuerpo colgada de una escarpia.
«El gobernador del Consejo se dirigió al presidente de la sala de Alcaldes de Casa y Corte con estas palabras: “Los religiosos del Convento de Santa Bárbara, han acudido a mí, con motivo de haberse puesto delante del Convento, la mano del reo que se hizo justicia de horca estos días, y empezar la octava de Nuestra Señora, que siendo el concurso tan grande como VI no ignora, podrá causar horror, estando a la vista a las mujeres que vayan; y respecto de que para que se haya visto ha estado bastantes días, parece podrá VI dar orden para que se quite mañana, que es víspera de la octava...” Madrid, 13 de agosto de 1723.» 35
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31. “El Liberal”, 13 de abril 1885.
32. El viernes anterior al "Viernes de Dolores" se le conoce como "Viernes de Lázaro”.
33. Archivo Histórico Nacional, Consejos, Libro 1329. Citado en “Muertes malas. Ejecuciones en el siglo XVIII”, de María Carbajo Isla.
34. María Carbajo Isla , Op. Cit.
35. María Carbajo Isla , Op. Cit.
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EJECUCIONES PÚBLICAS EN LA HISTORIA DE MADRID (VI parte)
Pablo Jesús Aguilera Concepción
LA ASISTENCIA A LOS CONDENADOS A MUERTE

Fueron varias las cofradías entre cuyos fines figuraban la asistencia y el consuelo de los condenados a la pena de muerte. Entre sus labores se encontraban pedir limosna para sufragar misas por el alma del ajusticiado y socorrer a su familia, acompañarle al patíbulo y dar posterior sepultura a sus restos.
«- ¿Y qué es lo que hace la cofradía del dinero que recoge? […]
- Se le dá un destino: por de pronto mientras se ahorca á la víctima los sacerdotes de Madrid oran y celebran misas en sufragio de su alma luego; en los tres días que preceden al último de su existencia y en que el reo está en capilla la cofradía, le dá cuanto pide, endulzando, así, sus últimos momentos y satisfaciendo sus mas mínimos caprichos; luego, en fin, -y esto es lo mas digno de alabanza- si el condenado tiene hijos una madre ó una viuda muere en la seguridad de que su existencia quedará atendida y que nunca habrán de sufrir las angustias de una vida deshonrada y que la miseria hace terrible»
.36
La cofradía de Nuestra Señora de la Caridad del Campo del Rey

Creada en 1421 bajo los auspicios de Juan II y María de Aragón, con la misión de “emplearse en dar sepultura a los ajusticiados, y a los pobres muertos que se encontraren por los caminos de esta corte”. 37
«Dentro de los muros junto á las Reales Caballerizas hubo tambien otro hospital que llamaron del Campo del Rey por estar cerca del Alcázar, que tenía doce camas y donde se curaban mujeres solamente con mucha caridad y regalo. Fundaron en él los Reyes D Juan II y la Reina doña María de Aragon, su mujer, una hermandad bajo la advocacion de Nuestra Señora de la Caridad por la mucha que sus hermanos hacían, así en los muertos enterrando los que se hallaban en las calles y en el campo y los ajusticiados, dando á unos yá otros sepultura como con los vivos, casando tres huérfanas cada año, á las cuales daban veintitres maravedís de dote. Cuando se redujeron los hospitales esta cofradía y una imágen de Nuestra Señora que tenia se trasladó á la iglesia parroquial de Santa Cruz donde tenia su capilla». 38
Bajo el reinado de Felipe II se trasladó al Hospital de Antón Martín -llevando con ellos su imagen de Nuestra Señora de la Caridad-, para pasar en 1591 a la iglesia de la Santa Cruz.

Grabado de la antigua iglesia de Santa Cruz

La cofradía de la Concepción

Fundada por Dª. Beatriz Galindo con fecha de 10 de agosto del año de 1525 en el Hospital de la Concepción, institución también de su creación.  Entre sus obligaciones figuraba la de socorrer a los reos puestos en capilla para ser ajusticiados, así como acompañarlos a la ejecución en procesión, en la que figuraría el rector del hospital acompañado de otros seis clérigos y cincuenta hermanos cofrades de la Concepción. También se ofrecía al reo la posibilidad de ser admitido como hermano de la cofradía, para que pudiera así gozar de las bendiciones apostólicas y gracias que habían sido concedidas a los hermanos de la Concepción.
«A los condenados a muerte se les vestía con paño blanco y bonete azul, traje llamado hábito de la Concepción, ganando indulgencias por llevarlo puesto en su última salida por las calles». 39
En 1587 esta cofradía se unió a la de la Ntra. Sra. de la Caridad.

La cofradía de la Paz

La cofradía de nuestra Señora de la Paz se instituye en 1565 por Felipe II y su esposa Isabel de Valois en el Hospital del Santo Job, destinado a tísicos y contagiosos y situado en la calle de la Paz. Al desaparecer este hospital en 1590 pasó la cofradía al de Antón Martín y más tarde a la iglesia de la Santa Cruz, coincidiendo allí con la de la Caridad, con la que se unificó en 1784, pasando a denominarse la nueva cofradía “Real y Primitiva Archicofradía de Nuestra Señora de la Caridad y de la Paz”.



La cofradía de Nuestra Señora de la Soledad

La fundación de esta cofradía tuvo lugar el 21 de mayo de 1567, al amparo del convento de Nuestra Señora de la Victoria. Los miembros de esta cofradía ayudaban a los frailes mínimos a recoger los cuartos de los cadáveres de aquellos ajusticiados condenados tras su muerte a ser descuartizados y esparcidos sus restos para proceder a enterrarlos en los terrenos del convento.
«El jueves que precedia á la Dominica de Pasion traíanse de secreto al hospital de Anton Martin los restos y cuartos de los ajusticiados, que estaban esparcidos por los caminos reales y al siguiente dia por la tarde iba por ellos la comunidad de la Victoria (y aun solia convidar para este acompañamiento á otras religiones) y los enterraban con las preces de costumbre en el cementerio del mismo convento […] Posteriormente se verificaba la procesion en otra forma. Salian á caballo los cofrades con su cruz de madera y entre cada dos un religioso de la Orden con unas medias literas. Iban á los caminos donde habia restos de cadáveres de los reos y los llevaban al humilladero de San Francisco: el viernes por la tarde se pronunciaba un sermon alusivo á la ceremonia y luego,  repitiéndose la cabalgata con hachas encendidas, se dirigia al convento de la Victoria, en cuya lonja cementerio se procedia al entierro». 40

La Hermandad Obra Pía de la Visitación de Nuestra Señora de Santa Isabel y Ánimas del Purgatorio

Esta hermandad, ubicada en el Convento del Carmen Calzado y dedicada a socorrer a los ciegos, publicaba y vendía, por concesión real, los nombres de los reos y sus condenas «en verso para que sirva de escarmiento y aplicar este corto sufragio por las ánimas».41 Por ello la Sala de Alcaldes ordenaba al relator de la causa que entregara un extracto de la condena a esta hermandad, «para que los hermanos ciegos, como es uso y costumbre, la puedan vender en público; pues de estos ejemplares y de vender gacetas y otros impresos de devoción y diversión depende la manutención de la obra pía de los hermanos ciegos y sus obligaciones».42

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36. Misterios de la Inquisicion de España”, por M. V. de Féréal.
37. “Constituciones de la Real y Primitiva Archicofradía de Nuestra Señora de la Caridad y Paz sita en la Iglesia de Santa Cruz”. Madrid M.DCC.XLVII. p. XXV, citado en “Cofradías y ajusticiados en Madrid”, por Jesús Nicolás Sánchez Santos.
38. “Historia de la interinidad y guerra civil de España desde 1868”, por Ildefonso Antonio Bermejo.
39. “Delincuencia y seguridad en el Madrid de Carlos II”, de Isabel Sánchez Gómez.
40. “Historia de la Villa y Corte de Madrid”, de José Amador de los Ríos
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41.Archivo Histórico Nacional, Consejos. Libro 1338, 133. Citado en “Muertes malas. Ejecuciones en el siglo XVIII”, de María Carbajo Isla.
42.Archivo Histórico Nacional, Consejos. Libro 1341, 252. Citado en “Muertes malas. Ejecuciones en el siglo XVIII”, de María Carbajo Isla. 

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EJECUCIONES PÚBLICAS EN LA HISTORIA DE MADRID (VII parte)
Pablo Jesús Aguilera Concepción
LUGARES DE EJECUCIÓN PÚBLICA

1. EL QUEMADERO
2. PLAZA MAYOR
3. PLAZA DE LA CEBADA
4. PUERTA DE TOLEDO
5. CAMPO DE GUARDIAS
6. LA CÁRCEL MODELO
7. OTROS LUGARES DE EJECUCIÓN PÚBLICOS


1. EL QUEMADERO

Los condenados al fuego eran ejecutados a las afueras de la ciudad, en un lugar dispuesto a tal efecto y en el que se alzaban, en medio de una pila de leña, los postes a los que serían amarrados las víctimas. Este patíbulo recibía el nombre de quemadero o brasero.
«Habia el tribunal mui con tiempo avisado á los jueces seculares para que previniesen en el brasero hasta veinte palos y argollas para poder dar garrote , y atando en ellos como se acostumbra á los reos aplicarles el fuego [...] Era el brasero de sesenta pies en cuadro y de siete pies en alto , y se subia á él por una escalera de fábrica del ancho de siete pies , con tal capacidad y disposicion que á competentes distancias se pudiesen fijar los palos , y al mismo tiempo si fuese conveniente se pudiese sin estorbo egecutar en todos la justicia, quedando lugar competente para que los ministros y religiosos pudiesen asistirles sin embarazo.»43

Existieron en Madrid dos quemaderos. El primero de ellos situado en el terreno comprendido entre las actuales calle de Conde Aranda y la Plaza de la Independencia, donde más tarde se emplazaría la Plaza de Toros de la Puerta de Alcalá (1749-1874); el segundo quemadero estaba a la salida de la Puerta de Fuencarral, en el lugar en el que hoy en día se encuentra la glorieta de Ruiz Jiménez.
 
Vista de Madrid con la plaza de toros
-Alfred Guesdon-
(1854)


2. PLAZA MAYOR

Se tiene constancia de que la primera ejecución pública que tuvo lugar en la Plaza Mayor fue la de Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, el 21 de octubre de 1621.
«RODRIGO CALDERÓN
  Al llegar cerca de la plaza no le metieron por la calle de la Amargura como á los otros ajusticiados, sino por la de los Boteros, lo que se tuvo á distincion por don Rodrigo. Al llegar al cadalso, sin dejar el Cristo de la mano, se apeó con mucho aire, y á la puerta de una contravalla que habia, se animó, recojió el capuz sobre el hombro derecho, subió seis gradas en donde le esperaba el padre Pedrosa, y así que le vió mostró tanto regocijo que se alteró y le dijo:
—Déme la mano, padre, para subir.
Y en subiendo, como vió el cadalso sin luto dijo al padre:
—Yo no he sido traidor. ¿Me quieren degollar por detras? ¿Cómo está este cadalso sin luto?
El padre Pedrosa le dijo que no le habian de degollar sino por delante, como á caballero y fiel ministro del rey, y que si no fuese así, se lo demandase delante de Dios, y que el estar el cadalso sin luto, era estilo para con todos, y que no se divirtiese, que el demonio andaba listo para inquietarle. Se tranquilizó don Rodrigo y dijo á su confesor:
—Descansaremos un poco.
Sentáronse don Rodrigo, su confesor y el padre Pedrosa en una tarima en que estaba clavada la silla donde debian degollar á don Rodrigo, y entretanto estuvieron de rodillas los otros doce religiosos en continua oracion. Don Rodrigo hizo algunos actos religiosos, se reconcilió y rozó las letanías, en todo lo cual pasaron ya tres cuartos de hora. Y como el verdugo, avisado por un alguacil á quien habia dado la órden el alcalde de córte que asistia á la ejecucion, dijese á don Rodrigo que ya era hora, don Rodrigo se levantó y dijo á su confesor:
—Padre mio; muy contento estoy de ver que hace Dios en mí su voluntad: bueno será darle gracias y que nos confesemos para morir, y me absuelva por la bula que aqui traigo conmigo.
La cual sacó de un bolsillo, y se la entregó con la fé de bautismo y protestacion de la fé. Hecho esto, se persignó y dijo la confesion postrado de rodillas en tierra, y aunque en todas las confesiones que hizo en la prision se postraba, manifestó que en aquel momento no quería postrarse por temor de que lo tomasen los que lo veían á vanagloria. El confesor le respondió que se postrase, que por su cuenta tomaba el no ser vanagloria. Acabada la confesion se reconcilió, y al tiempo de la absolucion se volvió á postrar, y luego besó la mano á su confesor, y se fué á sentar en la silla del suplicio. Al sentarse se mejoró de asiento, volviéndose á levantar y sentar, y echó el capuz detrás de la silla, y se volvió á mirar si estaba mal puesto, y dijo al verdugo:
—¿Estoy bien?
—Sí señor, respondió el verdugo; y perdóneme usia por amor de Dios, que bien sabe que soy mandado.
—Si, amigo de mi alma, dijo don Rodrigo.
Y le llamó y le abrazó, prosiguiendo en actos de contricion oraciones para la hora de la muerte.
—Ea, señor, dijo el padre Pedrosa; esta es la hora en que usía muestre su ánimo y valentía; pues ya hemos llegado al último trance de la batalla.
—Padre mio, respondió don Rodrigo; nunca he estado más contento ni más animoso.
Despues llegó el verdugo á atarle los piés, y le preguntó don Rodrigo:
—¿Qué haces, amigo?
Los religiosos le respondieron que era costumbre hacer aquello, y don Rodrigo dijo dirigiéndose al verdugo:
—Pues haz tu oficio.
Atóle los brazos el verdugo á los de la silla, y don Rodrigo le pidió de nuevo que le abrazase. Hizólo asi el verdugo, y no pudiendo don Rodrigo echarle los  brazos por tenerlos atados, inclinó la cabeza cuanto pudo con grande humildad, y le dió un beso de paz en el carrillo izquierdo.
—Cuando sea tiempo, dijo don Rodrigo al verdugo, alza el capuz y quítame una venda que traigo puesta al cuello, que es con la que me has de vendar los ojos.
Quitóle el verdugo el tafetan y se lo puso en la pretina, y luego le desabotonó y puso el cuello á un lado y le vendó los ojos. Pero estándoselos vendando, como era preciso atarle el tafetan por la espalda, dijo don Rodrigo al verdugo, temeroso de que le ajusticiasen por traidor:
—¿Qué haces, amigo? Mira que no ha de ser por ahí.
Atóle la venda el verdugo, y don Rodrigo dijo:
—No temas, que yo me estaré quedo.
En seguida dijo dirigiéndose á los religiosos:
—Padres mios, no se me vayan por Dios de aquí.
—Aqui estamos, señor, lo respondieron: diga usia Jesús. Don Rodrigo invocó el nombre del Salvador con grande espíritu, y al punto le degolló el verdugo. Despues de degollado, los religiosos más próximos le oyeron invocar de nuevo el nombre de Jesús. Causó una sensacion terrible en la inmensa multitud que llenaba la plaza aquel lamentable espectáculo, y se levantó un alarido general de conmiseracion y espanto. Pocas veces habla resplandecido tan terrible v tan severa la justicia. Apenas muerto don Rodrigo, el verdugo y el muñidor de la cofradía piadosa de los Ajusticiados, que en aquellos tiempos hacia los oficios de la Hermandad de la Caridad, desataron al cadáver, y le pusieron en un ángulo del patibulo sobre una bayeta negra con un crucifijo sobre el pecho, con el rostro descubierto, y á los cuatro ángulos del tablado cuadro hachas amarillas en hacheros de madera.
Después el pregonero dijo á voces desde el pié del patíbulo:
—Nadie toque al cuerpo de este hombre ajusticiado bajo pena de vida
Quedaron de guardia junto al cadáver algunos alguaciles”.»
44
Ejecución de Don Rodrigo Calderón en la Plaza Mayor
-Jesús Evaristo Casariego (1966)-
MHM

Como nota curiosa, hasta para situar el patíbulo en esta plaza existían distingos según fuera el estamento al que perteneciera el condenado. Para nobles e hidalgos el cadalso se situaba frente a la Casa de la Panadería; para plebeyos, frente a la Casa de la Carnicería.
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43.“Relación histórica del auto general de fe que se celebró en Madrid este año de 1680”, por Iosep del Olmo. 
44. “El marqués de Siete iglesias (Memorias del tiempo de Felipe III y Felipe IV)“, de Manuel Fernández y González . 

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EJECUCIONES PÚBLICAS EN LA HISTORIA DE MADRID (VIII parte)
Pablo Jesús Aguilera Concepción
LUGARES DE EJECUCIÓN PÚBLICA

1. EL QUEMADERO
2. PLAZA MAYOR
3. PLAZA DE LA CEBADA
4. PUERTA DE TOLEDO
5. CAMPO DE GUARDIAS
6. LA CÁRCEL MODELO
7. OTROS LUGARES DE EJECUCIÓN PÚBLICOS


3. LA PLAZA DE LA CEBADA

«Esta plazuela había recibido de la Plaza Mayor, por donación graciosa, el privilegio de despachar a los reos de muerte, por cuya razón era más lúgubre y repugnante».45

El primer ajusticiado en esta plaza fue el cirujano francés Juan Pablo Peret, autor de un intento de asesinato al Conde Floridablanca, al que asestó dos puñaladas al grito de “¡Muere, traidor!” el 18 de junio de 1790. Peret fue ahorcado el 18 de agosto de ese mismo año; el hecho de que no fuera ejecutado en la Plaza Mayor se debe a que ésta sufría un pavoroso incendio, iniciado en la madrugada del 16 de agosto y que se prolongaría durante nueve días. Como ateo confeso, que se negó a recibir los últimos auxilios espirituales, Peret no fue enterrado en tierra santa, sino junto al arroyo Abroñigal.

Pero no será hasta 1805 cuando se trasladen definitivamente las ejecuciones de pena capital a la Plaza de la Cebada, aunque durante el periodo de dominación francesa, entre 1808 y 1814, volvieron a la Plaza Mayor.
«Funesta celebridad, por haberse trasladado a la misma las ejecuciones de las sentencias de muerte en horca o garrote, a cuyo efecto se levantaba la víspera en el centro de ella el funesto patíbulo. Y las campanas de las próximas iglesias de San Millán y Nuestra Señora de Gracia eran las encargadas de transmitir con su lúgubre clamor a toda la población de Madrid el instante supremo de los reos desdichados. Muchos grandes criminales espiaron en aquel sitio una serie de delitos comunes y cuando, en este siglo principalmente, se inventó la nueva clasificación de delitos políticos, muchas víctimas del encono de los partidos o de la venganza del poder regaron con su sangre aquel recinto».46
Plaza de la Cebada en 1891.
Al fondo, la iglesia de Nuestra Señora de Gracia,
que fue derribada en 1903

RAFAEL DE RIEGO

«1823. 626.--Noviembre, 7.—Sr. D. Rafael del Riego.— Cárcel de Corte.—Horca.—Limosna, 2.410 reales.—Libro 1, folio 464.» 47

«Sacáronle de la cárcel por el callejón del Verdugo, y condujéronle por la calle de la Concepción Jerónima, que era la carrera oficial. Como si montarle en borrico hubiera sido signo de nobleza, llevábanle en un serón que arrastraba el mismo animal. Los 32 hermanos de la Paz y Caridad le sostuvieron durante todo el tránsito para que con la sacudida no padeciese; pero él, cubierta la cabeza con su gorrete negro, lloraba como un niño, sin dejar de besar a cada instante la estampa que sostenía entre sus atadas manos. Un gentío alborotador cubría la carrera. La plaza era un amasijo de carne humana.»48
 
Ejecución de Rafael de Riego en la Plaza de la Cebada
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47.Registro del catálogo de reos asistidos de los Hermanos de la Caridad y Paz. Citado en “El Liberal, 13 de abril de 1885. 
48. Benito Pérez Galdós, Op. Cit. 

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EJECUCIONES PÚBLICAS EN LA HISTORIA DE MADRID (IX parte)
Pablo Jesús Aguilera Concepción
LUGARES DE EJECUCIÓN PÚBLICA

1. EL QUEMADERO
2. PLAZA MAYOR
3. PLAZA DE LA CEBADA
4. PUERTA DE TOLEDO
5. CAMPO DE GUARDIAS
6. LA CÁRCEL MODELO
7. OTROS LUGARES DE EJECUCIÓN


4. PUERTA DE TOLEDO

Entre los años 1838 y 1850 las ejecuciones pasaron a llevarse a cabo junto a la salida de la Puerta de Toledo, junto al comienzo del Paseo de Pontones.

LUIS CANDELAS

«Noviembre 6. Luis Candelas. Cárcel de Corte. Garrote vil.—Limosna 653 reales. Libro 4°,  folio 56 vuelto.» 49

«Debiendo sufrir en este dia á las once de la mañana y en el sitio de costumbre la pena de muerte en garrote vil á que ha sido sentenciado por los  señores de la audiencia territorial de esta capital, Luis Candelas, natural de Madrid, casado, carpintero, de edad de 29 años, por complicidad en varios robos ejecutados en esta corte con fractura , en cuadrilla y con malos tratamientos en las casas del presbítero D. Juan Bautista Tarraga, calle de Preciados, Cipriano Bustos, espartero , en la de Segovia , y Dª Vicenta Mormio, conocida por la modista de la Reina, en la del Carmen; los dias 28 de enero, 10 y 12 de febrero de este año: en su consecuencia y para asistir á la jurisdicion ordinaria, se hallarán con media hora de anticipo y en el sitio del patíbulo, 2 piquetes compuestos cada uno de un capitan, un subalterno y 60 hombres, uno de cazadores de la Reina Gobernadora y otro de la Milicia Nacional, y de granaderos á caballo de la Guardia Real, un capitan, dos subalternos y 40 caballos : á la propia hora y en la cárcel de corte situará la Milicia Nacional de caballería un piquete de un sarjento, un cabo y 12 nacionales para poner espedito el camino que el reo ha de llevar, y para su conduccion la de infanteria destacarà otro de un subalterno, un sarjento , dos cabos y 20 nacionales , cuyo jefe á su llegada se personará con el Sr. juéz de primera instancia D. Felipe Escovedo a recibir sus instrucciones, dejando, verificada la justicia, el piquete de cazadores de la Reina Gobernadora, un cabo y seis soldados para custodia del cadáver hasta que la Paz y Caridad lo recoja , retirándose despues á su cuartel.»50
 
Ejecución de Luis Candelas

DIEGO DE LEÓN

«Es la una del mediodía del viernes 15 de octubre de 1.841. La milicia se halla formada desde el cuartel de Santo Tomás 51 hasta la Puerta de Toledo. Unos cincuenta metros antes del lugar de destino, los milicianos forman una barrera infranqueable para la multitud congregada. Una carretela descubierta se halla situada frente a la puerta del cuartel.

A la una y cuarto, el apuesto general vestido de húsar de gala se abraza al oficial que manda la guardia, que se le cuadra con los ojos llenos de lágrimas. La comitiva inicia su marcha y los tambores anuncian su paso lúgubre por las calles de Madrid. La calle Concepción Jerónima está atestada de un gentío silencioso, que casi hace imposible el paso cuando enfila la calle de la Lechuga para acceder a la calle Toledo. Es en esta encrucijada donde se deja oir algún grito de protesta que sale de la multitud, pero ante la mirada atenta de los milicianos que cubren todo el trayecto, apenas es contestado.
Se sienta junto a Diego de León su inseparable Roncaly
52 y enfrente, su confesor el padre Carasa. El condenado observa en silencio esa muchedumbre también silenciosa y ese mudo diálogo parece ser un mutuo reconocimiento de admiración y respeto. […]
 

La comitiva fatal ha llegado ya a la Puerta de Toledo […]  Toda la zona se encuentra acordonada por la Milicia Nacional, que únicamente ha permitido el acceso a la misma a González Bravo, en calidad de defensor ayudante del condenado, pero que guarda una prudente distancia de donde se estaciona el vehículo […] 53 el pueblo, al cual no se permitió presenciar la ejecucion de la sentencia, vió salir por ella a la víctima para encontrarse á corta distancia dentro del cuadro.
 

Descendió del coche nuestro héroe con la misma firmeza que si se hallara en una gran parada , y mientras con la mano en el chacó oia delante de la bandera la lectura de la sentencia, interrumpida por las lágrimas del oficial encargado de tan triste formalidad , le decía; con la mayor indiferencia: «no hay motivo para tanto; si es posible yo mismo la leeré».
 

El pueblo lleno de ansiedad fijaba en el ínterin sus ojos en direccion contraria, y al menor ruido, al mas imperceptible rumor , creia escuchar el galope del caballo que se apresuraba á traer la conmutacion de la sentencia.
 

El Conde de Belascoain, terminada la lectura, dió dos vueltas por el cuadro , abrazó á uno de los soldados del piquete, á su confesor y al defensor Roncali , á quien dijo: «Los valientes se ven en el cielo».
 

Pidió después permiso al oficial del piquete para mandarle, y habiéndole alcanzado, colocó bien, la tropa y mirando al sitio donde debia caer, dijo en voz alta: «no muero como traidor.» Un Miliciano no pudiendo reprimir su emocion, esclamó: «No, el general Leon es un valiente.» «¿Qué es eso?» dijo nuestro héroe. «Nada, repuso su defensor, ya no, es tiempo mas que de morir.»
 

Leon volvió á abrazar al general Roncali y le abrazó por dos veces diciéndole: este abrazo para mi familia, y este para V. Abrazó tambien de nuevo al sacerdote que lo habia auxiliado, y dirigiéndose al piquete y tomando una aptitud majestuosa, dijo á los granaderos: «No tembleis, al corazon», dió las tres voces de mando, y cayó.
 

Una descarga anunció al pueblo consternado que la sentencia habia sido ejecutada.
 

Pocos momentos despues el hermano de Roncali desnudaba un cadáver , el cual fué luego conducido en un carro fúnebre por la ronda al cementerio de la Puerta de Fuencarral» 54

Fusilamiento de Diego de León
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49.Registro del catálogo de reos asistidos de los Hermanos de la Caridad y Paz. Citado en “El Liberal, 13 de abril de 1885. 
50. “Diario de Madrid”, 6 noviembre 1837”.

51. Antiguo convento de Santo Tomás.
52. Se trata del general el general Federico Roncali, que había sido su abogado en el juicio.
53. “Diego de León, la Primera Lanza Del Reino”, por Ignacio Danvila Carbonell.
54. “Biografia de Don Diego de Leon: Primer conde de Belascoain”, por Manuel Ovilo y Otero. 

 ***

EJECUCIONES PÚBLICAS EN LA HISTORIA DE MADRID (X parte)
Pablo Jesús Aguilera Concepción
LUGARES DE EJECUCIÓN PÚBLICA

1. EL QUEMADERO
2. PLAZA MAYOR
3. PLAZA DE LA CEBADA
4. PUERTA DE TOLEDO
5. CAMPO DE GUARDIAS
6. LA CÁRCEL MODELO
7. OTROS LUGARES DE EJECUCIÓN


5. CAMPO DE GUARDIAS

Fue este el lugar en el que desde 1850 se realizaron las ejecuciones hasta que años más tarde se trasladaron a la Cárcel Modelo. Se trataba de una gran explanada, antaño en las afueras del norte de Madrid entre los cementerios de la Patriarcal y de San Martín, en lo que en la actualidad sería la franja delimitada por las calles Cea Bermúdez, Bravo Murillo e Islas Filipinas. Debido a su emplazamiento, distante del núcleo urbano, muchos madrileños alquilaban carruajes para ir a presenciar las ejecuciones; dada la afluencia de público, en esas ocasiones se ponía en marcha una línea especial de ómnibus con destino el Campo de Guardias.


«¡A dos reales al patíbulo! gritan con voz aguardentosa y lúgubre diez ó doce satélites de otros tantos Aquerontes, que ofrecen sus barcas para cruzar con ellas el río del infierno y el de la muerte y todos los ríos imaginables.

Y las gentes corren y se atropellan por llegar á la boca de aquellos mónstruos para dejar que los traguen y les arrojen en una gran pradera, donde se alza sombrío el patíbulo de los dos reales, entre las carcajadas de la muchedumbre, y las voces de los vendedores que como los dueños del ómnibus, van á ganarse la vida honradamente en aquel lugar de muerte y de horror […]

Acabada la ejecucion el omnibus vuelve á abrir su boca, para irse tragando los espectadores y esta vez dobla la tarifa, porque conoce que todos querrán huir de allí horrorizados y dice:
A la Puerta del Sol cuatro reales».55
***
«Eran las siete de la mañana. La Puerta del Sol y la calle de la Montera estaban cuajadas de gente. Había llovido por la noche, y el cielo, plomizo, tocaba casi en la veleta del Principal. La atmósfera, impregnada de vapor acuoso, y el suelo cubierto de lodo. La muchedumbre levantaba incesante y áspero rumor, sobre el cual se alzaban los gritos de los pregoneros anunciando «la salve que cantan los presos a los reos que están en capilla», y «el extraordinario de La Correspondencia.» Una fila de carruajes marchaba lentamente hacia la Red de San Luis. Los cocheros, arrebujados en sus capotes raídos, se balanceaban perezosamente sobre los pescantes. Otra fila de ómnibus, con las portezuelas abiertas, convidaba a los curiosos a subir. Los cocheros nos animaban con voces descompasadas. Uno de ellos gritaba al pie de su carruaje:

—Eh, eh ¡al patíbulo! ¡dos reales al patíbulo!

Me sentía aturdido, y empecé a subir por la calle de la Montera, empujado por la ola de la multitud [...]

La muchedumbre ascendía con lento paso. El que bajase a la Puerta del Sol en aquel instante y fuese examinando los rostros de los que subíamos, si no tuviera otros datos, no sospecharía ciertamente a qué lugar siniestro nos dirigíamos. Las fisonomías no expresaban ni dolor, ni zozobra, ni preocupación siquiera. Marchábamos todos con la indiferencia estúpida de un pueblo trashumante que va a establecerse a otra comarca. Los que llevaban compañía, charlaban; los que iban solos, echaban pestes de vez en cuando, entre dientes, contra el barro. Sólo el cielo mostraba un semblante sombrío y melancólico, adecuado a las circunstancias.

Recorrimos la calle de Hortaleza, y al llegar cerca del Saladero hallamos un gran montón de gente que invadía los alrededores y que nos detuvo. La muchedumbre hormigueaba delante del sucio y repugnante edificio en espera de algo; ¡un algo bien espantoso por cierto! Yo fui a engrosar aquel gran montón, como una gota de agua que cae en el mar. Allí los rostros ya expresaban algo: la impaciencia. Me parece excusado decir que era plebe la inmensa mayoría de los circunstantes, porque la plebe es la que particularmente se siente atraída hacia los espectáculos cruentos. No obstante, hay también gente de levita y sombrero de copa que se deleita con las emociones terribles; pero en aquella ocasión era una minoría muy exigua. Un coche de plaza sin número esperaba a la puerta: el cochero tenía la cara cubierta con un pañuelo. Crecido número de guardias de orden público se hallaba distribuido en el concurso, y un piquete de soldados, con los fusiles en «su lugar descanso», ceñía la fachada del siniestro caserón, contemplando con ojos distraídos el hervor de aquel mar de cabezas humanas. Algunas aristócratas del comercio pregonaban a gañote tendido «agua y azucarillos, bellotas como castañas, chufas, cacahuetes», y algunos otros artículos de entretenimiento, para los estómagos desocupados. Los balcones de las casas circunvecinas estaban poblados de gente, y no era raro ver en ellos el rostro fresco y sonriente de alguna linda muchacha que, acababa de dejar el lecho, y que con sus menudos dedos blancos y rosados se restregaba los ojos [...]

los guardias de orden público hacían esfuerzos para despejar las avenidas de la cárcel. En la muchedumbre se engendró un movimiento tumultuoso de vaivén. Rumor áspero y confuso salió de su seno, esparciéndose por el aire. El piquete de soldados, que descansaba al pie del muro, obedeciendo a la voz de su jefe, fue a colocarse junto a la puerta, y por ella comenzó a salir alguna gente con semblante triste y asustado: eran dependientes de la prisión, hermanos de la Paz y Caridad y los pocos curiosos que habían tenido influencia para entrar. Por último, aparecio el reo. Venía acompañado de un sacerdote y rodeado de guardias. Seguía a la comitiva bastante gente [...]

El reo y el cura entraron en el carruaje. En la muchedumbre reinó por breves instantes silencio sepulcral; mas así que se cerró la portezuela, levantose nuevamente un insufrible clamoreo. El coche arrancó y emprendió la marcha lentamente; el piquete formó la escolta; los guardias procuraban hacer calle, dejando acercarse al carruaje solamente a los cofrades de la Paz y Caridad [...]

La muchedumbre hormigueaba en tomo del piquete y de los guardias, esforzándose para ver al reo. Algunos civiles de caballería, con el sable desenvainado, caracoleaban para dejar libre el tránsito, atropellando a veces a la gente, que dejaba escapar sordas imprecaciones contra la fuerza pública. Los habitantes de las pobres viviendas que guarnecen por aquellos sitios la carretera, se asomaban a las puertas y ventanas, reflejando en sus rostros más curiosidad que tristeza, y las comadres del barrio se decían de ventana a ventana algunas frases de compasión para el reo, y no pocos insultos para los que íbamos a verle morir. De vez en cuando, el rostro lívido de aquél aparecía en la ventanilla, y sus ojos negros y hundidos paseaban una mirada angustiosa y feroz por la multitud; pero inmediatamente se dejaba caer hacia atrás, escuchando el incesante discurso del sacerdote. El cochero, enmascarado como un lúgubre fantasma, animaba al caballo con su látigo, conduciéndolo hacia el suplicio [...]

Habíamos llegado, en efecto, al Campo de Guardias y veíamos a lo lejos alzarse el lúgubre armatoste sobre el mar de cabezas humanas que lo circundaba. El clamor era cada vez más alto; la agitación se convertía en tumulto. Los gritos penetrantes de los pregoneros apenas se oían entre aquel rumor tempestuoso. La agitación de la muchedumbre continuaba en aumento.

El caracoleo de los civiles y los esfuerzos de los agentes apenas bastaban a contenerla y a impedir, sobre todo, que turbase la marcha del carruaje. El piquete de soldados que lo escoltaba tenía que estrecharse más de lo que exige la táctica, para poder caminar [...].» 56

EL CURA MERINO

«La lúgubre comitiva se puso en movimiento. Abria la marcha un escuadron del regimiento del Rey, con espada en mano ; despues marchaban dos filas abiertas de soldados del mismo cuerpo : entre estas filas iba la hermandad de la Paz y Caridad; uno de los hermanos llevaba una gran cruz con la dulce imagen de Nuestro Señor Crucificado, é inmediatamente despues iba el reo rodeado de varios sacerdotes. Marchaban luego á caballo el gobernador de la provincia, de uniforme y con la banda de Isabel la Católica, con varios oficiales, los ministros del tribunal y otros auxiliares da la justicia , y á continuacion una compañía de infantería que cerraba las dos filas de caballería formando cuadro. Despues marchaban otro escuadron de caballería y un fuerte piquete de guardia civil de la misma arma, que cerraba la comitiva.

El reo, montado sobre el burro, con las manos sujetas por esposas, llevaba en ellas un papel, en que estaba grabada la imagen de la Santísima Virgen. [...] Su rostro estaba algun tanto pálido, y sobre él resaltaba su barba canosa, que no se habia afeitado en cinco días. De cuando en cuando fijaba la vista en la sagrada imagen, y movía los labios como si estuviese en oracion. Despues miraba á un lado y á otro para ver, sin duda, al inmenso pueblo que se apiñaba en la carreta; pero no había en su mirada ni odio, ni temor, ni alardes de valor y de tranquilidad, sino la mas completa indiferencia hacia todo lo que sucedía, esa indiferencia de todo y por todo, que parece haber formado la base del carácter de ese criminal.

A veces se incorporaba un poco sobre su montura, para mirar el cadalso, que se veia á lo lejos, por encima de las tropas que formaban otro cuadro alrededor de él, y por encima del inmenso pueblo que ocupaba el campo. Pero no lo miraba con terror ni repugnancia, y al instante volvia la vista con la mayor naturalidad, ya á la imagen que tenia delante de sus ojos, ya á uno y otro lado del camino. Parecia un mecanismo insensible, y no un hombre con la conciencia de su crimen y del inmediato fin de su existencia, y en nada de lo que hacia podia descubrirse el menor rastro de afectación.

En lo que iba diciendo no fue menos notable su brutal serenidad. Una vez se quejó de que la comitiva marchase con demasiada lentitud, y manifestó el deseo de que avivase el paso. A uno de los eclesiásticos que lo asistían, le dijo: «déjeme Vd.; Vd. esta aqui para auxiliarme cuando lo necesite; yo me auxilio á mí mismo, tengo mis ratos de meditacion, y cuando esto no baste se lo diré á Vd.» Tambien se dirigió una vez al criado del verdugo, que llevala la caballería del diestro, diciéndole: eres tan bárbaro que ni sabes guiar un burro; si te tuviera aqui cerca te daria una patada que te habrias de acordar de mí.» Y como uno de los eclesiásticos, que iban dolorosamente afectados, le dijese: «Sr. D Martin, ¿son estos momentos oportunos para expresar semejantes sentimientos?» replicó el reo: «ya ve Vd, que es broma; aunque estuviera cerca de mi , soy incapaz de hacerle daño, todo lo toman Vdes. por lo serio.»

Su mirada penetrante la dirigía, generalmente, á derecha é izquierda, y entre muchas de las observaciones que hizo á los sacerdotes que le asistían fue la de que algunos sembrados de los que veia por las orillas del camino necesitarían pronto de los beneficios del riego. Circunstancia que la hubiéramos tenido por increíble y fabulosa, si no la hubiéramos escuchado de la boca de una persona respetable que se la oyó al reo.

Cuando pasó por frente de la iglesia de Chamberí miró á este edificio, y con la mayor sangre fria dijo á los sacerdotes: efectivamente, está desnivelado.
 

Entra en el cuadro, y dirige una penetrante mirada al tablado. Oye al pasar que algunos decían, lleva túnica amarilla con manchas encarnadas, y vuelve la cabeza para decir, si, amarilla y con manchas.

Llegada la comitiva al pie del patíbulo, hizo alto. Allí el reo se reconcilió, y recibió la absolución de uno de los eclesiásticos que lo acompañaban. Terminado este acto, quiso subir la escalera del patíbulo; pero se le detuvo, porque se quería que la ejecución se verificase á la misma hora en que cometió el atentado, y aun faltaban algunos minutos. Preguntó Merino que por qué se detenían, y habiéndosele contestado que habia aun algo que hacer, replicó: «Si es por Vdes., bien; pero yo por mi parte estoy enteramente listo.»

Llegado el instante fatal, [...] subió por la escalera sin querer apoyarse en nadie. Acompañabanlo tres sacerdotes, entre ellos el Sr. Cordero, teniente cura de Santa Cruz. Colocado sobro el tablado, hizo ademan de querer hablar, y el pueblo que lo comprendió lanzo con entusiasmo un grito de Viva la reina. Entonces el regicida con voz alta dijo: «No voy a decir nada que injurie á la reina: quiero solo repetir que en el delito que he cometido no he tenido ningún cómplice.» Si los tuvo, ha llevado su secreto consigo á la tumba, y de hoy mas toda averiguación es imposible.

Dichas las palabras que hemos copiado, Merino se dirigió al banquillo fatal, sin prisa, pero sin que le flaquearan las piernas, sin que en su impasible fisonomia se pudiese descubrir la mas leve alteración. Sentóse con la mayor naturalidad, como si no hiciese mas que ejecutar la parte del programa que le correspondía; se dejó atar por el verdugo, á quien dijo: «aprieta» y un instante después la argolla fatal dió suelta alma para que vaya á ser juzgada ante el trono del Omnipotente.

En este instante terrible se oyó el murmullo de la multitud que decía: Dios le haya perdonado, e inmediatamente un grito atronador de ¡viva la reina! [...]

Terminada la ejecución, el Sr. Cordero, teniente de Santa Cruz, con grande energía y unción, dirigió su voz al pueblo, y en un breve discurso, protestó en nombre de los españoles y del clero, contra el horrible crímen que su autor acababa de expiar en el cadalso, y que solo debía servir en lo futuro para que la España toda diese nuevas pruebas de su amor a la reina, concluyendo con varios vivas á la religión, á S. M. y á la familia real, que fueron contestados con efusión indescriptible por el pueblo.

En seguida, la multitud empezó á dirigirse hacia Madrid, sin que por ninguna parte ocurriese el mas pequeño desorden.

El cadáver del ejecutado quedó expuesto en el cadalso, custodiado por la tropa necesaria, hasta las cinco y media de la tarde en que se le bajó por la hermandad de la Caridad para darle sepultura en uno de los cementerios inmediatos.»57


Ejecución del cura Merino en el Campo de Guardias
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55. “Ayer, hoy y mañana, ó, La fé, el vapor y la electricidad: cuadros sociales de 1800, 1850 y 1899”, de Antonio Flores. 
56. “El hombre de los patíbulos”, Armando Palacio Valdés. Describe una ejecución en el Campo de Guardias.

57. “La Época”, 8 de febrero de 1852. 

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EJECUCIONES PÚBLICAS EN LA HISTORIA DE MADRID (XI parte)
Pablo Jesús Aguilera Concepción
LUGARES DE EJECUCIÓN PÚBLICA

1. EL QUEMADERO
2. PLAZA MAYOR
3. PLAZA DE LA CEBADA
4. PUERTA DE TOLEDO
5. CAMPO DE GUARDIAS
6. LA CÁRCEL MODELO
7. OTROS LUGARES DE EJECUCIÓN PÚBLICOS


6. LA CÁRCEL MODELO

«Una de las reformas que la construcción de la Cárcel Modelo ha de realizar es la referente á la ejecucion de las sentencias de muerte: en el nuevo edificio está prevista la posible terminación de las ejecuciones públicas: hay en ella un sitio, dentro de los muros, destinado al cadalso: hasta ahora, la idea predominante respecto de tan triste necesidad de gobierno, que aquí no he de discutir, es que se cumplan las justicias en un sitio elevado de la Cárcel, donde la muchedumbre pueda presenciarlas».58
La Cárcel Modelo se construyó en lo que por entonces eran los arrabales de Madrid, en el lugar que  hoy ocupa el Cuartel General del Ejército del Aire. Las obras de construcción se iniciaron en 1877 y finalizaron en 1884. Su puesta en marcha dio el cierre a la conocida como Cárcel del Saladero, edificio penitenciario sito en la Plaza de Santa Bárbara y que estuvo prestando servicio desde 1833 hasta 1884.

La primera ejecución en la Cárcel Modelo tuvo lugar el 11 abril 1888, con el ajusticiamiento por garrote de Vicente Camarasa, acusado de asesinato, junto con sus instigadores, Pedro Cantalejo y Francisca Pozuelo. Entre los asistentes al acto se encontraba Pío Baroja, por entonces un adolescente, que dejó constancia escrita del hecho:
«Pocos años más tarde era estudiante en Madrid del Instituto de San Isidro. Había allí bastante granujería de los barrios bajos del pueblo. Una mañana un condiscípulo propuso hacer novillos e ir a ver cómo ejecutaban a los reos de la Guindalera, dos hombres y una mujer. Fuimos unos cuantos. Llegamos tarde. Tres siluetas negras de agarrotados se destacaban al sol en el tablado puesto al ras de la tapia de la cárcel Modelo. La mujer estaba en medio. La habían matado la última, según decía la gente, por ser la más culpable. El espectáculo era terrible, pero al menos de lejos tenía algo de teatro.»59
En esta cárcel tuvo lugar la última ejecución pública en Madrid, la de Higinia Balaguer, acusada del crimen conocido como de la calle de Fuencarral, un asesinato que alcanzó una gran expectación mediática en la época. Higinia fue ajusticiada por garrote vil el 19 de julio de 1890.

Higinia Balaguer
(dibujo de Benito Pérez Galdós)

HIGINIA BALAGUER

«A primera hora de la mañana vistieron a Higinia y le pusieron encima de su ropa la hopa negra y demás lúgubres accesorios. A las siete y veinte de la mañana entraron en la cárcel diez hermanos de la cofradía de la Paz y la Caridad, con hachas verdes encendidas, precediendo a un sacerdote. Los desmontes que rodeaban la cárcel se llenaron de un gentío que se preparaba como si eso fuera una verbena.

Cuatro compañías de Infantería se colocaron a ambos lados del patíbulo. [...] El primer peldaño de la escalera hacia el cadalso estaba unido al escalón de piedra de la capilla, de forma que al salir Higinia tenía que poner el pie en la escalera que la llevaría a la muerte.

Cuando Higinia subió los veintiséis escalones de acceso al tablado, al ver aquel aparato de madera y hierro, se estremeció. Cuando reparó en la multitud que la miraba, rompió a llorar. De pronto gritó: «¡Dolores es la culpable!». Y mirando al verdugo le dijo: «¡Ay, Paco, qué inocente vas a matar!».

El verdugo cubrió la cara de la condenada con un pañuelo negro, le sujetó los pies y la falda, empleó una ancha correa para sujetar la cintura al madero y ciñó la cogotera al cuello de la mujer. Ella estrujaba entre sus manos un pañuelo blanco. Los cofrades de la Paz y la Caridad, junto con el cura, comenzaron a rezar el Credo. El verdugo giró la manivela y apretó con mano firme, sin vacilar [...].
60

Higinia murió a las ocho y un minuto. Catorce mil personas asistieron a la ejecución. Terminado el espectáculo, el ejecutor de sentencias desató la cuerda y la correa y después de quitar la argolla, los hermanos de la Paz y la Caridad sustituyeron la ropa negra por un hábito de la orden de San Francisco. Se retiró el cadáver, que fue colocado en un féretro forrado de estameña negra, con una cruz de cinta blanca [...]»
61 

Entre el numeroso público asistente se encuentran la Condesa de Pardo Bazán, Benito Pérez Galdós y de nuevo Pío Baroja, que una vez más dejó testimonio del ajusticiamiento:

«[…] presencié la ejecución de Higinia Balaguer desde los desmontes próximos a la cárcel Modelo, a una distancia de trescientos o cuatrocientos metros. Hormigueaba el gentío. Soldados de a caballo formaban un cuadro muy amplio. La ejecución fué rápida. Salió al tablado una figura negra. El verdugo le sujetó los pies y las faldas. Luego, los Hermanos de la Paz y Caridad y el cura, con una cruz alzada, formaron un semicírculo delante del patíbulo y de espaldas al público. Se vió al verdugo que ponía a la mujer un pañuelo negro en la cara, que luego daba una vuelta rápidamente a la rueda, quitaba el pañuelo y desaparecía. Enseguida el Cura y los Hermanos de la Paz y la Caridad se retiraron y quedó allí la figurita negra, tan pequeña, encima de la tapia roja de ladrillo, ante el cielo azul, claro de una mañana madrileña.» 62


7. OTROS LUGARES DE EJECUCIÓN PÚBLICOS

En ocasiones excepcionales la pena de muerte se aplicó en algún lugar diferente a los emplazamientos citados. Por ejemplo, en 1814 se procedió a ejecutar a un asesino en el mismo lugar en el que había cometido su crimen: la Plaza de Santo Domingo.

«El 12 del corriente sufrió en Madrid la pena capital de muerte en garrote Antonio Martínez Farrelo en el mismo sitio de la plazuela de santo Domingo donde se cometió el asesinato.»63
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58. “El Liberal”, 13 de abril 1885. 
59. “Ejecuciones y verdugos”, artículo de Pío Baroja publicado el 13 de agosto de 1939 en el periódico bonaerense “La Nación”. Citado en “Garrote Vil”, de Eladio Romero.
60. Higinia murió a la cuarta vuelta del torniquete.
61. “Sirvientas asesinas”, de Marisol Donis Serrano.

62. “Ejecuciones y verdugos”, artículo de Pío Baroja publicado el 13 de agosto de 1939 en el periódico bonaerense “La Nación”. Citado en “Garrote Vil”, de Eladio Romero.
63. “Diario de Juan Verdades”, 21 de enero de 1814.

 

es aficionado a la música y a la historia, socio fundador de la desaparecida asociación "Amigos del Foro Cultural de Madrid" y de la revista cultural "La Gatera de la Villa". 

Además de diversos artículos sobre la historia de Madrid, es autor del libro El levantamiento del 2 de mayo de 1808.